Me convierto en un Alex DeLarge que aborrece a Beethoven cada vez que mis sentidos captan cualquier elemento desprendido de la película que mi hermano está en estos instantes viendo en el salón de mi casa. En ese preciso momento me sobra cráneo, ya que mi cabeza pasa de inmediato a ser ocupada por un diminuto y prehistórico cerebro de animal (o quizás, ni eso) que tan sólo evoluciona a través del condicionamiento clásico, forjando mi personalidad (¿o era "personulidad"?) con el procedimiento más ancestral y estúpido de aprendizaje jamás conocido.
La culpa es tuya, joder. Te llevaste los ensayos y me dejaste sólo los errores.
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