« Camiones de varias toneladas nos adelantan por la izquierda y por la derecha. Nuestro improvisado conductor va fumando un porro y yo no paro de hablar. Mi cabeza es como una de esas bolas plateadas que dan vueltas y vueltas en el techo de las discotecas démodées. De mi boca sale frase tras frase, porque drogado me caigo bien, soy un tío genial, agudo, irresistible. […] Recuerdo que en esos momentos no me importaba nada. Ni la velocidad del coche ni el peligro de una carretera, la N-340, que imagino con un imponente historial de accidentes, ni un corazón que hacía drum'n'bass dentro de mi pecho. Que me daba igual morir, que me matasen, matar, morir matando. Es uno de los efectos de las drogas: lo justificas todo, todo te parece bien, todo lo malo puede dejarse para luego, lo urgente se convierte en futuro, las emociones que normalmente sentimos a plazos ahora se dan a tocateja y al contado. "Yo sentía algo parecido - me diría J. meses más tarde -, una noche demasiado intensa".
La noche es un montón de calles en las que es difícil ver los números de las casas. La noche es una versión unplugged del día. La noche entrega siempre sus diplomas. Y somos vampiros degenerados haciendo guardia en un campamento de hemofílicos. Y somos soldados combatiendo destacamentos de palabras. Y somos poetas incapaces de poner por escrito amargas metáforas. Llevamos dentro una bomba de relojería y nuestro corazón hace tictac. Y aquella noche del 8 de agosto de 1998, Los Planetas habían fracasado estrepitosamente en el festival de Benicàssim. "¿Qué te ha parecido?" - me preguntó J. "Horroroso", le respondí con toda sinceridad, añadiendo que "de las doce o quince veces que os he visto en directo, ésta ha sido sin duda la peor" […] ».
("Los Planetas: La verdadera historia" (Fragmento) - Jesús Llorente")
1 turistas:
yeee!
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