Hoy, al salir de la facultad, me crucé con "D" y "R", que iban a un famoso centro comercial a buscar unos abrigos. No tenía nada que hacer, así que les he dicho que les acompañaba.
Subimos al bus 48, con dirección Sart Tilman - Place de l'Opera. Nos sentamos en un asiento de 4. Me conecto a Matrix a través de mi iPod. Miradas extrañas, como pidiendo una explicación. No les debo nada. No hacen falta explicaciones. Están sonando Sigur Rós y nada importa. El mundo ha dejado de existir. Holocausto. Implosión. Volvemos de nuevo al Big Bang. Nada existe.
Descubro que "D" es más indeciso que quien juega a la lotería. Me aburre verlo probarse un abrigo detrás de otro. Se prueba una trenca que le queda que ni pintada (adelantaré que al final no se la compra por miedo a parecerse a mí). Intento jugársela al tedio clavándole un cuchillo en las entrañas. Para conseguirlo trato de evadirme y buscar un pantalón de pana. Hace mucho frío en esta maldita ciudad.
Salimos de la tienda. Tedio uno, J. cero. He roto mis propias expectativas y he comprado un sombrero. Un sombrero de fieltro, de color negro. Un sombrero, joder...
J.se hace viejo.
Vuelvo a mi casa. Hay una montaña de basura en la cocina. Me quedo hipnotizado mirándola, como si esperase ver llegar a algún descarriado Fraguel Rock en busca de la verdad universal. No tengo cojones de ponerme el sombrero. Me lo pruebo durante todo el día. No hay cojones, J., no sé para qué te lo has comprado. Pero, joder, es que te queda tan bien...
SMS. A las nueve en punto en La Maison du Peket. Cuando llego no hay nadie. Sólo yo y el sombrero. No sé de dónde he sacado el valor para sacarlo a pasear. Lo cuelgo en una percha junto a mi bufanda y mi americana. Me siento. Pido dos cervezas. Por si acaso tardan. La camarera se parece a Paris Hilton. Me pregunto si será igual de lerda. A los diez minutos descubro que la supera con creces.
Llegan todos. Cervezas. Peket de gengibre. Gin tonic. Llegan más aún. Proponen cambiar de sitio. Me disfrazo con mis pertenencias y salgo a la calle. Llueve. No sé por qué, pero no me sorprende nada.
La gente hace comentarios sobre mi sombrero. "C" dice que estoy "gracioso". Una polaca que áun no ha descubierto que nadie le ha preguntado, se ríe ante el comentario. "S" me dice que soy el tío con más clase que pisa Bélgica.
Seguidamente, mi amigo el moro (ni Dios sabría escribir su nombre) me pega una colleja y me llama Indiana Jones. Aunque me siento halagado por el comentario, le digo que es el puto Sadam. Me responde que con ese bigote parezco José María Aznar. Ni siquiera llevo bigote. Un chico que se las da de anarquista se ríe como si le hubiesen contado el chiste del perro que se llamaba "mistetas".
De repente, al escuchar las bromas, mi mente se queda paralizada y, súbitamente, me vienen a la cabeza las frases que la gente dirá cuando regrese a España y vaya con esta facha a La Comuna: "¿dónde vas flipado? ¿acaso te crees Fernando Flow?".
Sonrío. Me doy cuenta de que el que me pregunte eso no habrá salido de su casa en la vida. J. está viviendo en el mismo centro de Europa. Los españoles no sois Europeos. Los españoles andáis hacia atrás, como el cangrejo de la portada del "Fat of the Land".
Sonrío de nuevo y río todas las bromas que me hacen mis compañeros Erasmus.
Poco a poco, la gente se va callando.
Ya sólo son murmullos.
Desde aquel día nadie más ha vuelto a hacer comentarios acerca mi sombrero.
O quizás soy yo el que ya no los oye...
1 turistas:
J. no se hace viejo por llevar un sombrero.
J. se hace viejo como todos lo hacemos.
Ella dice que te echa de menos (aunque te hayas comprado un sombrero que le recuerda a un hombre de mediana -tirando para alta- edad).
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