Escribía Jesús Llorente en el primer capítulo de su libro sobre Los Planetas, acerca de un corazón que hacía drum'n'bass dentro del pecho. De que le daba igual morir, que lo matasen, morir matando. "Las emociones que normalmente sentimos a plazos ahora se dan a tocateja y al contado". A mí me pasó lo mismo aquel lunes por la mañana volviendo de Madrid. Veníamos de tocar en la Sala Clamores, un domingo por la noche, ante un público que no superaba las 30 personas. Es lo que me deja picueto de casi todos los conciertos benéficos.
"N" y yo entrábamos a trabajar por la mañana y la A-4 se hacía más larga que un día sin pan. "A" dormía en el asiento de atrás, como si hiciera días que no cerraba los ojos. "Mi cabeza es como una de esas bolas plateadas que dan vueltas y vueltas en el techo de las discotecas démodées".
[Nochecitas de desenfreno, mañanitas de ibuprofeno]
Siempre recordaré esa mañana a "R" tarareando "Noches Reversibles" a medida que sonaba en el iPhone, enchufado a la radio del coche de la forma más prehistórica y rudimentaria posible. Poco a poco, todos empezamos a unirnos al ritual, como si quisiéramos sentarnos en el bus de "Almost Famous" justo al lado de Billy Crudup y dejarnos los pulmones y la vida por devoción hacia Elton John.
Esa imagen sigue grabada en mi retina. Y "A" en ella, todavía sigue durmiendo.
[Creo que voy a empezar a romperme...]
(#65Días - J.)